lunes, 21 de octubre de 2013

Otto, Rodolfo y Totó


Otto estaba celoso de Rodolfo. Lo espiaba a través de los barrotes de madera, moviéndose de un lado a otro, oliendo todo con su hocico, tirado en la alfombra entre los juguetes, dándole lengüetazos en la cara a Totó, comiendo las galletitas que le convidaba.

Pero su lugar era la cuna, no había caso. Pasaba casi todo el día -y la noche- ahí dentro... Salvo los momentos en que le tocaba entrar en escena. Él sabía exactamente cuándo era su turno, y lo esperaba con mucha expectativa.

- ¡A cambiar el pañalcito! - decía la mamá, mientras entraba con Totó a upa.

- Zaz, ahora sí- pensaba Otto. Entonces, mientras Totó estaba panza arriba en la cama,  su mamá preparaba el algodón, el pañal limpito y abría los botones del enterito cruzaba sus dedos de peluche: "¡Me toca, me toca, mirame, sacame, acá!".

Y ahí ocurría el momento mágico: la mamá de un giro lo tomaba en brazos y lo ponía frente a Totó.Cómo disfrutaba Otto verlo reír. Su voz ronca era una de las cosas que más gracia parecían causarle a ese bebé, rubio, de cachetitos rosdados. "Un bebé de leche y miel", como decía la mamá mientras le daba besos en la panza. Cuando Totó se reía, se le veía cada uno de sus ocho dientes, y la carcajada resonaba en esa gran habitación, llena de juguetes de colores.

- Hola, soy Otto - le decìa a Totó- soy el perro con bufanda, y muevo las orejas para acà y para allá. Huela bien, huela mal, estoy siempre firme al pie del pañal-

¡Disfrutaba tanto esos segundos! Eran su mayor tesoro cada día.

Pero entonces no podía evitarlo: siempre le dedicaba algunas palabras a Rodolfo: "Ese perro sucio, no como yo, que huelo a perfume", le decía. "Ese coso peludo que te pasa la lengua por toda la cara, ¡puaj! Yo sólo te doy besitos"- Como Totò no entendía mucho se reía igual.

Lo que Otto no sabía es que el bebé tenía amor para los dos. O , mejor dicho, sí lo sabía, pero creía que tenían que repartírselo. Por eso trataba de convencer a Totó de que él era mejor: para quedarse con porción más grande de ese amor.

Así pasaron los días, los meses... y Rodolfo seguía igual de pegajoso, Otto igual de blanco y suavecito, pero Totó ahora caminaba y sabía hablar.

Un día entró en su habitación con Rodolfo y encontró a Otto fuera de la cuna. ¡Qué sorpresa se llevó!
Los dos perros, el de peluche y el otro, se miraron largo rato. La mirada de Otto estaba llena de reproche, de desafío y competencia. La de Rodolfo de amistad y cariño.

Entonces pasó algo inesperado: Rodolfo le dio un lengüetazo en cada cachete. Otto se quedó callado, quieto, helado.

- ¿Pero cómo?!- le dijo con la misma voz ronca de siempre, pero con menos talante del habitual. ¿Vos me querés?

Rodolfo no le contestó porque no sabía hablar. Tampoco le ladró. Lo miró y le volvió a dar un lengüetazo. Igualito a los que le daba a Totó.

Totó miraba a uno y otro, hasta que por fin los abrazó a uno con cada brazo, y sonriendo les dijo:

- Yo tengo amor para los dos. Pero no tienen que pelearse porque no lo vamos a dividir. Juntos los tres lo podemos multiplicar. ¡Cuantos más seamos más amor hay! ¡Podemos ser amigos los tres!

Otto estiró su boca de hilo en una sonrisa.

Rodolfo movió la cola

Y la gata Kathy, que siempre se había quedado aparte mirando con disimulo desde un canasto de ropa pensó:

- ¡Totó tiene amor para todos nosotros! ¡La próxima me toca a mí!

Y ronroneó muy contenta.

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